EL LABERINTO DE LAS ACEITUNAS.
EDUARDO MENDOZA.
Hacía mucho tiempo que no leía nada de Eduardo Mendoza y la verdad es que tenía ganas, así que, cotilleando por el rastro un Domingo, apareció este librito. Y me hizo gracia. Y lo adopté.
Es la segunda parte del
Misterio de la Cripta Embrujada. Yo no he leído el primero, pero esto se lee perfectamente con independencia del anterior. La cosa es que tiene el mismo protagonista (en este libro no viene el nombre, así que para mi es desconocido), un interno en un manicomio barcelonés, que por azar o destino se mete otra vez en problemas que acaban con una actividad detectivesca en toda regla. (
La aventura del tocador de señoras es el cúlmen de esta trilogía).
La intención del autor es la de hacer una sátira del género de detectives-misterioso.
Hasta ahí bien. Ahora, demasiado rebuscado.
Si lo que quiere provocar es la risa no lo logra para nada. Porque es demasiado forzado.
Usa un lenguaje increíblemente no coloquial y lo aplica a situaciones mayormente absurdas, lo cual resta gracia al ambiente y a la situación. Conozco unas cuantas palabras del idioma castellano y de este libro hay un 10% que es la primera vez que oigo. Y no me he traído el diccionario de castellano a Madrid... así que hay frases en las que me he perdido.
Para muestra un botón, un trocito de una de las primeras hojas.

La parte irónica es que un loco utilice tan alto hablar, pero es que ni un Real Académico utiliza tantos vocablos en desuso cotidiano. Que Pérez-Reverte dice más tacos que mi abuelo jugando al mus...
Y la trama es demasiado liosa, parte de una situación comprensible, con un cierto desenlace. Pero a partir de ahí sigue una trama en la que no te explican los porqués de nada y culmina con un final que sabes que es final porque hay un punto y la siguiente página está en blanco.
O sea: ¿Entretenido? Bueno, pasable. ¿Divertido? No, de ninguna manera. ¿Consigue el objetivo de satirizar el género? Pues yo creo que tampoco, porque no deja de ser una novela de detectives en la que no se entiende ni la mitad de lo que dice el protagonista.
Vamos, que a mi parecer Eduardo Mendoza ha escrito libros mucho (y mucho mucho) mejores que el presente.
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Y ahora unas notitas al pie, que no son otras que curiosidades varias derivadas de la compra de artículos de segunda mano.
Muchas veces, cuando compras un libro de segunda mano, encuentras "regalos" olvidados por los dueños previos y que, personalmente, me encantan, porque despiertan mi imaginación y empiezo a pensar en cómo sería, hombre, mujer, rico, pobre, joven, viejo... etc.
Éste en concreto tenía dentro varios tesoritos.
El primero y más voluminoso: una factura del restaurante Arcos de la Corredera, en San Martín de Valdeiglesias, Madrid.
Si ampliais la foto podréis descubrir que alguien se pegó una comilona abundante y no carente de buen gusto (ibericos, boletus, gambas, rape...) y que la factura fue espléndida (contemos con que la cuenta es de hace 10 añitos ni más ni menos).
A parte de que el dueño tenga un buen paladar y mejor bolsillo, también me hace pensar que este menú se consumió mucho después de la adquisición del libro, porque la edición es del 82 y no creo que estuviera esperando en la balda de una librería sino en la balda de casita. Así que es posible que hasta lo releyera (qué animado, por Dios).

Otro tesorete que iba dentro del libro, eran dos tarjetitas de visita de distintas personas, con su número sin prefijo y todo... En la cara B de una de ellas hay una lista de palabras, que por alguna razón al lector le parecieron o muy difíciles o llamativas, no sé. (Quizá la pederastia hace 10 años era algo más desconocido, pero lo dudo mucho desgraciadamente). Pero vamos, ha subido mi ego porque me he dado cuenta de que no soy la única que necesitaba un diccionario. Ahora, que se cansó pronto, porque como yo, descubrió que no necesitaba sólo una tarjetita para apuntar, sino la guia telefónica de Madrid, así que prefieres saltarte la pregunta y quedarte con la duda, a eternizarte en la lectura.
Y no creo que la dueña del libro fuera la Srta. Carmen Martín, yo creo que tanto la letra, como la comilona (por su abundancia) es más cosa masculina que femenina.
¿Qué os parece?