Qué horror. Otro sonoro fracaso de elección.
Estoy haciendo la crítica en un orden completamente inverso pero me da lo mismo. No me ha gustado nada. De nada.
El regusto que deja es amargo y mientras lo lees te invade una desazón y un mal rollo que no invita para nada a seguir leyendo. Normalmente mi momento de lectura habitual es en la cama después de cenar e inmediatamente antes de dormirme, de hecho es mi sueño el que condiciona cuánto leo o cuándo dejo de leer. Sin embargo ayer cerré el libro porque no me apetecía leer más y ¡sin sueño! Eso no suele ocurrir nunca. Usualmente hasta me quedo sopa leyendo y me despierto con la mano dolorida de sujetar el libro.
Pero ayer me había quedado con una sensación tan negra encima que estaba segura de que si me dormía en ese instante iba a tener pesadillas o sueños chungos (mi imaginación es increíblemete activa cuando la dejo libre), así que me aferré a otro de mis comodines: Superlópez.
Bueno, a lo que vamos, resumen.
Resulta que es un matrimonio (Vic y Melinda) chachiguay americano, en un pueblo-urbanización chachiguay americano, con unos vecinos chachiguays en la misma línea. Me imagino mucho el tipo de barrio de Mujeres Desesperadas.
Resulta que el Vic este es un muermo como no hay otro (le gusta leer a Jenofonte en versión original, criar caracoles para ver cómo se reproducen o leer artículos de interés general tipo "cómo hacer que los bulbos de sus plantas acuáticas crezcan fuertes sin que se los coma la carpa que vive en su estanque". La alegría de la huerta. Su mujer, Melinda, es una fresca de tomo y lomo, que le anda poniendo los cuernos descaradamente, se lleva directamente a los amantes a todos los sitios y que cada vez que aparece un forastero en el pueblo se engancha a su cuello.
Vic tiene una paciencia de Santo Job que no es ni medio normal y lo permite todo sin una queja. Y ahí está el fallo, que el hombre acumula, acumula, acumula hasta que el tapón sale despedido y se carga a un amante pianista, especialmente desagradable, de su mujer.
En principio parece tan comprensible y lo hace tan bien que hasta te alegras de que le haya salido perfecto el asunto. Aunque la mujer no se queda tranquila y está convencida de que ha sido él.
Hasta ese momento digamos que el libro no es malo. Pero de ahí en adelante ¿qué pasa? pues que la autora ralentiza el ritmo hasta un punto que pone de los nervios tanto leer para tan poco avanzar. Y el tío se va volviendo más raruno y más siniestro a cada página. Y al final se carga a otro. Y ahí es donde la caga, porque con el primer asesinato te solidarizabas con él, pero sin embargo este último amante era la solución a todas sus plegarias, porque se llevaba a la lumi bien lejos y le dejaba la custodia de la hija a él. Pero Highsmith fuerza la máquina y se pasa.
Y dale que dale con el recurso del doble juego mental, que si me han visto, que si no, que si hago esto qué piensa aquel y mi hija no sé qué y el vecino no sé cuál.
Mira que ya me pasó con El talento de Mr. Ripley, de ella misma, que me produjo una desazón que me duró días. Así que cuando empecé a ver que este libro cojeaba del mismo pie me planté. Y he ido leyendo un poco de cada hoja saltándome hojas. Que ya está bien de perder el tiempo.
Que la economía del lenguaje se creó para algo.
La única parte buena es que no me costó demasiado dinero (como se puede observar por la pegatina del 3x2). Ahora ya sé por qué razón estaba tan barato.
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